Página:Amalia - Tomo II (1909).pdf/131

Esta página no ha sido corregida
— 127 —

¡Pobre del que quiera engañar á Juan Manuel ó á mí!—dijo doña María Josefa clavando sus ojitos de víbora en la fisonomía del pobre hombre que estaba en ascuas sin saber qué era lo que le iban á proguntar.

—Por supuesto contestó.

En qué tiempo entró usted á servir en esa casa?

—Por el mes de noviembre del año pasado.

Y salió usted de ella!

—En mayo de esto año, señora.

—En mayo, ¿eb?

—Sí, señora.

En qué día, lo recuerda?

—Sí, señora; salí el 5 de mayo.

El 5 de mayo, eh?—lijo la vieja moviendo la cabeza, y marcando palabra por palabra.

—Si, señora.

—El 5 de mayo... ¿Conque ese día? ¿y por qué salió usted de esa casa?

—Me dijo la señora que pensaba, economizar un poco sus gastos, y que por eso me despedía, lo mismo que al cocinero que era un mozo español.

Pero, antes de despedirnos nos dió una onza de oro á cada uno, diciéndonos que tal vez más adelante nos volvería á llamar, y que recurriésemos á ella siempre que tuviésemos alguna necesidad.

¡Qué señora tan buena: quería hacer economias y regalaba onzas de oro —dijo doña María Josefa con el acento más socairón posible.

—Sí, señora; doña Amalia es la señora más buena que yo he conocido, mejorando lo presento.

Doña María Josefa no oyó estas palabras; su espíritu estaba en tirada conversación con el Diablo.