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ría apenas veintiséis ó veintisiete años, y cuyas fisonomías y trajes revelaban la clase inteligente y culta á que pertenecían.

—«Amigos míos—dijo Daniel, paseando sus mi»radas por la reunión,—hemos dehido reunirnos sesta noche treinta y cuatro jóvenes; y, sin em»bargo, no estamos aquí sino veintitrés. Pero cua»lesquiera que sean las causas por que nuestros »amigos nos abandonan, no hagamos á ninguno »la oleusa de creerlo traidor, y no ebriguemos el »menor recolo sobre su secreto. Treinta y dos nom!

»bres fueron clegidos por mi. Cada uno recibió un »aviso anticipado para conourrir á esta casa en »esta noche, y yo sé bien, señores, quiénes son los »hombres con cuyo honor puede contarse en Bue»nos Aires. Ahora, dos palabras más para inspira»ros la más completa confianza en esta casa. Sor»prendidos en ella por los asesinos del tirano, pues»tra sentencia estaría pronunciada en el acto. Pe»ro, si él tiene la fuerza, yo tengo la astucia y la »previsión. Esta casa da sobre la barranca del rio.

»El agua cstá á una cuadra de olla, y á su orilla »hay en este momento dos belloneras prontas para »recibirnos. En caso de ser sorprendidos, saldre»mos á la barranco por la ventana de una habita...

»ción interior que da sobre aquélla; y si aun li »fuésemos atacados, me parece que veintitrés »hombres, más o menos bien armados, pueden llegar sin dificultad hasta la orilla del rio. Una »vez en las balleneras, los que quieran volver á la »ciudad tiener algunas leguas de costa donde po»der desembarcarse, y los que quieran emigrar, »tienen las costas orientales á pocos horas de via»je. En la puerta de la calle está mi fiel Fermin.

»En la ventana que da á la barranca, está el cria-