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decían ni podían, por cuanto estos últimos hablan sido mandados lamar por la señora, en tanto que los otros verían en solicitud de alguna cosa.

L El pestillo de la puerta fué movido por la parte interior, y en el acto la mulata vieja abrió la pucrta y dió salida á una negrilla como de dieciséis & dieciocho años, que atravesó la sala tan erguida como podría hacerlo una dama de palacio que saliese de recibir las primeras sourists do su soberana en los secretos de su tocador.

Inmediatamente, la mulata hizo señas á un hombre blanco, vestido de chaqueta y pantalón azules, chaleco colorado, que estaba contra una de las ventanas de la sala, con su gorra de paño en la mano.

Ese lembre pasó lentamente por el medio de la multitud, se acercó á la mulata: habló con ella, y entró en la alcoba, cuya pucita se cerró tras él.

Dota María Josefa Ezcurra estaba sontada en un pequeño sofá de la India, al lado de su cama, tapada con un gran pañuelo de meriho blanco con guardas punzó, y tomaba un mate de leche que le servia y traía por las piezas interiores una negrita joven.

—Entre, paisano, siéntese dijo al hombre de la gorra de pañu, que se sentó, todo embarazado, en una silla de madera de las que estaban frente al sufá de la India.

—Toma matc amargo ó dulce?

—Como á Usia le parezca—contestó aquél, seitado en el borde de la silla, dando vuclte á su gorra entre las manos.

—No me diga Usia. Tráteme como quiera, Lo inás. Ahora todos somos iguales. Ya se acabó el tiempo de los salvajes unitarios, en que el pobre