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hermosa bahía de Montevideo: y á las once se había perdido a la vista de los buques más lejanos del puerto, sumergida allá en el horizonte lejano del gran rto, alumbrado por los rayos de plata que vertie de su tranquila frente la huérfara viajera de la noche.

Envuelto en su capa, reclinado en la popa de la ballenera, Daniel ya no jaha sus ojos impacientes en la joven ciudad de la orilla septentrionai del Plata, como lo había hecho veinticuatro horas antes: los tenía jos en la bóveda azul del Brnamento, sin ver, sin embargo, los vividos diamentes que la tachoraban, abstraído do su espíritu en las recordaciones de su corta, pero aprovechada residencia en Montevideo.

—Rosteros, porque la política tiene también sus matemáticss—se decta á si mismo.

Restemos. Creí encontrar asociados en Montevideo todos los intereses políticos de la actualidad, y los encuentro en anarquía: gano un desengaño.

Creí hallar que el pueblo era más poderoso que las entidades que lo mandan; y encuentro que aquí el pueblo tiene también su caudillo. no sanguinatio, como Rosas, pero al fin, que hace lo que quiere, y no lo que lo conviene al pueblo: gano otro desengaño, y ya son dos.

Pensé que los viejcs unitarios eran hombres prácticos, en quienes la ciencia de los hechos y de las altas vistas dominaba su espiritu; y hallo que son hombres de ilusiones como cualesquiera otros, ó más bien, con más ilusiones que los demás: gano otro desengaño, y ya son tres.

I Creí que ellos me enseñarían á conocer mi país; y veo que yo lo conozco mejor que ellos: ctro des engaño, y ya son cuatro.