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jores descos por la felicidad de sus hijos, y sin el minimo espíritu de celos & de encono.

Pero en qué momento pasan estas cosas se decía Daniel.—En este drama hay alguien que no lo entiende, y es probable que ése eea yo, porque no me atrevo á decir que son los otros.

—Vamos, Mr. Douglas, van á dar las ocho do la noche dijo mirando la gran péndola del café.

Pero antes de dejar aquel lugar, en que, según sus matemáticas acababa de ganar algunos desengaños más, miró uno por uno, con los ojos enternecidos y el corazón desconsolado, á sus cuatro amigos que quedaban hablando de la patria sin sospechar que había alli uno que comía por ellos y por todos, por la orilla del resbaladizo precipicio en que estaban luchando brazo á brazo en ese instante la libertad y la tiranía, la prosperidad y la ruina de dos pueblos dormidos, el uno bajo el sopor de la desgracia, el otro hajo el beleño de una transitoria pero halagüeña felicidad; dormidos al arrullo de las salvajes ondas del gran río cuyo rumor debía pasar inadvertido en una próxima década, ahogada su poderosa voz por el estrépíto de la pólvora, por el grito terrible del combate, y por el quejido fastimero de una sociedad expirante.

V MONÓLOGO EN EL MAR

A las diez de la noche, la ballenera de Mr. Douglas partía como una flecha, ó más bien se deslizaba mo un jaro acuático sobre las olas de la