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miraba & Mr. Douglas que entendía y hablaba perfectamente el español, y el buen escocés, contrabandista de emigrados y que residia indistintamente en Buenos Aires ó Montevideo, se reía de la admiración de Daniel y tomaba su ponche.

—Sólo Vázquez puede enderezar esto—dijo á otro un individuo que tomaba café en una mesa, i la izquierda de Daniel.

—No, ni Vázquez, ni nadie, porque la causa del mal está en Rivera—le contastó su interlocutor.

—Pero, & lo menos, la asamblea.

Y no sabe usted que los partidarios personales de Rivera se opunen & las elecciones so pretexto de que no deben hacerse sin estar éi aquí?

Ya lo sé, pero el Gobierno los vencerá 3² ias elecciones tendrán lugar.

—Esto es peor que lo otro, porque vendrá el conflicto: nuevas disidencias, nuevos enconos de partido, y entretanto los blancos se rien, mientras nosotros nos anarquizamos en nuestro partido, nos peleamos con los argentinos, cuya causa nos es común; nos indisponemos con los franceses, y en todo y para todo perdemos tiempo, dinero y amigos, mientras Rosas marcha adelante, y los blancos esperan, Gracias a Dios que oigo á un hombre razonahladijo Daniel.

Pero aquí hay más espíritu de partido dijo el joven conversando consigo mismo, aquí hay espíritu de rivalidad nacional; y por qué? probablemente no hay por qué—se respondió Daniel que, como todos los hijos de Buenos Aires, jamás había oido en su país hablar de Montevideo sino como se habla de cualquiera de las provincias d de las repúblicas hermanas: siempre con los me-