Página:Amalia - Tomo II (1909).pdf/116

Esta página no ha sido corregida
— 112 —

jo aquel individuo, siguiendo con los ojos á los cuatro que acababa de nombrar, no saciándose de mirarlos.

¿Los conoce usted, señor don Daniel?—1o preguntó el hombre de la gorra.

¡Oh! sí, sí, y crca usted, Mr. Douglas, que pocos esfuerzos más violentos he hecho en mi vida, que el que hago en este instante sobre mí mismo para contener mi deseo de abrazarlos.

Diablo! Déjese usted estar; acuérdese usted de que esta noche nos vamos y...

—Esté usted tranquilolijo Daniel alzando el cuello de su capa para cubrirse más el rostro.

Mr. Douglas iba a hablar, cuando le bizo Denicl una seña de silencio. Uno de los cuatro hombres que estaban fumando en la mesa, á su dorecha, acababa de decir.

—Son porteños.

Daniel siguió tomando su té aparentando no dar la minima atención á lo que se hablaba.

Y qué necesidad tiene usted de decirnos que son porteños? ¿Hay acaso, otra cosa que porteños en todas partes ?—dijo otro de los individuos.

—Por ellos vivimos corno vivimos.

—Cabal.

—Que no nos entendeinos.

—Deje que venga el viejo—dijo un militar de bigotes canos.

ó Sabe usted & quien llama el viejo, Mr. Douglas?

—A Rivera.

Qué tenemos nosotros que ver con Rosas?—dijo otro. Si no fuera por ellos no estaríamos en guera, porque á nosotros no cs á quienes busca.