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que la verdad filosófica, esa triste verdad que descarna la vida social para encontrar en is savia de la existencia los principios de la vida futura, era demasiado severa, demasiado dura para entrar en el oido de la joven beldad que cantaballena de esa noble presunción de la edad primera de los pueblos:

Si eremigos, la lanza de Marte; Si tiranos, de Bruto el puñal.

En un ángulo del gran salón del café dos hombres ocupaban una pequeña mesa.

El uno, cubierto con una capa de goma euyo alto cuello le subía hasta las orejas á la vez que su sombrero tocaba con las cejas, tomaba una taza de té, dando la espalda á la pared, y su rostro al centro del salón.

El otro, con gorra y un capote de barragán azul, tenía por delante un gran vaso de ponche, y se entretenía en exprimir las rebanadas de limón con la pequeña cuchara de platina.

Ninguno de esos dos personajes se hablaba una palabra.

A derecha é izquierda de ellos había varias mesas, ocupadas todas por hombres que jugaban al dominó, que tomaban café ó fumaban y conversaban solamente.

De estos últimos había cinco individuos que estaban á dos pasos de los primeros que hemos descripto.

De repente abrióse la puerta del café, y cuatro personas entraron en el salón.

Los ojos del personaje de la capa de goma radiaron de alegría.

—Alberdi, Gutiérrez, Irigoyen, Echeverría—di-