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ros muy bellas esperanzas, dándoos en cambio hechos y seguridades importantes. Ahora yo mo vuelvo á mi Buenos Aires á que los sucesos me aconsejen la conducta que yo y algunos pocos amigos debemos seguir en ella. Quizá no nos volveremos á ver... ¡quién sahe! La vida de nuestra patria está en su momento de crisis: si triunfan nuestras armas, seré el primero, señor Varela, en daros un abrazo; si son desgraciadas, nos veremos alguna vez en el Ciclo—dijo Daniel con una sonrisa llena de candor, que no pudo, sin embargo, cubrir la melancolía que bañó en ese momento su semblante.

El señor Varela estaba conmovido.

El señor Agüero pensativo.

El señor Martigny se levantó y tocando suavemente el hombro de Daniel le dijo:

—Si la Providencia no quiere separar sus ojos de vuestro bello país, vos viviréis mucho tiempo, señor, porque vuestra cabeza. le hace falta.

—Sin embargo, temo mucho que Rosas dé con ella—dijo Daniel sonriendo, apretando la mano de M. Martigny, y preparándose á retirarse.

—Nos volveremos a ver mañana, á todas horas?—dijo el señor Varela tomando la mano de Daniel.

—No, no conviene que nos volvamos á ver: creo poder ser útil todavís, y quiero conservarme. Mañana á las ocho de la noche haró una visita que me falta hacer, y al salir de ella, saldré también de Montevideo. Pero nos veremos en Buenos Aires.

—Sí, sí, en Buenos Aires—dijo el señor Varela abrazando fuertemente á Daniel.

Varela lo había comprendido, pensaba como él, y