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la situación terrible que pesa sobre ellos, y de la que desean libertarsewww.com —Señor Varcla, yo creo que voy á tener el disgusto de dejaros recuerdos desagradables mios, pero prefiero esto é la ligereza de hablar lo que no es cierto; en asuntos tan graves, ¿me permitiréis que os diga la verdad, aun cuando ésta lastime vuestras más bellas esperanzas?

—Hablad, señor Bello.

—Pues bien, señor, en nuestra Buenos Aires no se moverán los hombres, sino cuando sientan, positivamente hablando, el ruido de las armas iibertadoras contra las puertas de sus cosas, ó cuando un centenar de hombres decididos, que pueden haber quedado aún, vayan de casa en casa sacando por la fuerza á los ciudadanos para que contribuyan á la defensa de ellos mismos y do su patria.

¡Oh! pero eso es increíble, señor—replicó Varela, mientras que el sefior Agüero hacía violentos círculos con su bastón, siendo ya su impaciencia más poderosa que su sangre fría.

Es increíble, y sin embargo, es cierto—prosiguió Daniel; pero la explicación de este fenómeno moral no la busquéis, señor Varela, no la busque nadie que desee encontrala, en el más ó menos alto grado de patriotismo, en el más o mence valor, no. Ni la organización de nuestros compatriolas se ha modificado, ni ha degenerado su espíritu todavía, pero hay otra causa que los tiene quietos bajo la dictadura, y que los hace impotentes para la libertad: ¿sabéis cuál es, señor Varela?

—Proseguid, señor.

—El individualismo: esa es la causa de que os