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Bu letras no lo echó á empujones, pero lo echó á dis cursos. Mi Florencia le dió hospedaje una noche, pero yo lo eché de allí. Un amigo nuestro quiso tenerlo dos días, pero su respetable padre no quiso hospedarlo sino día y medio; y por último, yo no he querido tenerlo sino dos veces, y con esta noche son tres.

. —¡Pero he estado una en mi casa—dijo Eduardo con cierto énfasis.

—Si, señor; es bastante.

Amalia se esforzaba en reirse, pero sus ojos estaban bañados en lágrimas. Daniel las percibió y dijo sacando su reloj:

—Las once y media: es preciso volvernos.

Todos se levantaron.

El poncho y la espada de usted, Eduardo?

—Se los di á Luisa, creo que los ha llevado á una pieza interior.

Amalia pasó de la sala á la habitación contigua, y de ésta á otra; ambas sin ninguna luz artificial, alumbradas apenas por la claridad de la luna que penetraba á través de los cristales de las ventanas que daban hacia el camino de arriba, que pasaba entre los olivos y la casa sola.

Eduardo y Daniel se cambiaban algunas palabras cuando sintieron un grito de Amalia, y al mismo tiempo sus precipitados pasos hacia la sela.

Los dos jóvenes se precipitaben á las habitaciones, cuando las manos de la joven los detuvieron en el umbral de la puerta de comunicación.

—¿Qué hay?

—Qué hay?—preguntaron los dos amigos.

—Nada... no salgan todavía... ao salgan esta