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—m 89 —Amalia, no conoce usted á Daniel?

Quién sabe si él tiene motivce para hablar asíl.

—Eso es, prima mía, eso es: nunca se hacon propuestas sino cuando hay presunción de que serán aceptadas.

Qué dico usted, Eduardo?

—Digo, Daniel, que me hagas el favor, por todos los santos del Cielo, de cambiar de conversación, Amalia tenia una cara tan seria, y Eduardo habla encapotado tanto su mirada cuando habló á Daniel, que éste no pudo menos de soltar una es trepitosa carcajada que desarmó i los jóvenes, haciéndoles conocer que se burlaba de ellos.

Scn impagables—exclea Daniel, riéndose todavía—Florencia es menor que tú, Amalia; yo Boy menor que Eduardo, y, sin embargo, Florencia y yo tenemos más juicio que ustedes, sin comparación; apenas nos enojamos tres veces por somana; pero eso es calculado por mí para tener tres reconciliaciones.

Pero le haces sufrir, entonces ?

—Para hacerle gozar, Amalia; porque no hay felicidad comparable á la que sucede al enojo entro dos personas que se aman de corazón; y si yo consigo que ustedes so enojen tres veces por semana...

—No, no; gracias, Daniel, gracias—dijo Eduardo con tal viveza, que hizo sonreir de placer á aquella mujer querida, & quien quería ahorrarle la juguetona oferta de su amigo, —Como quieras, yo no hago sino ofrecer.

—Y bien, Daniel, hablemos de cosas serias.

—Lo que será un prodigio en esta casa.