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te á tu palabra de caballero; pero supongo que hoy habrás reconquistado tu buen nombre.

—No, mi querida prima—dijo Daniel, trinchando una ave.

—Has hecho mal.

—Puede ser; pero no iré á casa de mi entusiasta amiga hasta no tener el honor de presentarme en ella con Eduardo.

—¿Qué?—proguntó Amalia, frunciendo las cojas.

— Conmigo—exclamó Eduardo, —Pues no creo que haya aquí otro que se llamo Eduardo, —No pierda usted esa ocasión, señor Belgrano —dijo Amalia con ose tono y ese gestito que emplean las mujeres cuando quieren decir á su querido: Dios lo libre á usted de hacer tal cosa, —Amalia, yo no he perdido el juicio todavíale respondió Eduardo.

—A fu de Daniol que es una desgracia: yo no he conocido mucho juicio acompañado de mucha suerte.

¡Ah! ahora me explico tu excesiva fortunadijo Amalia, queriendo vengarse de Daniel.

Cahal! como dice el respetable presidente Salomón; y si Eduardo tuviera menos juicio, sahría aprovechar la poderosa protección que se la presenta en la difícil situación en que vive; es decir, haría una visita á la hermana del Restaurador de las Leyes, leería con ella sus momorias, comería con ella antes que Rivera, se encerraría con ella en la sala mientras Rivera comía, y después... y después ya no habría que temer de dous Marta Josefs, ni de nadie.

—Vamos, Eduardo, aproveche usted.