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No sé... poro... yo soy supersticiosa, Eduardo tú lo has dicho.

Y una nueva sorrisa dulce y tierna pasó otra vez jugando por la preciosa boca de la tucumana, descubriendo sus bellos y blanquísimos dientes.

En seguida levantóse, y dijo á Eduardo:

—Vamos.

No todavía.

—Si, vamos; es tarde, y Daniel puede haber llegado quizá.

Y Amalia, con esa superioridad regia que acompañaba todas sus maneras, atrajo & Eduardo suavemente hasta ella. La mano del joven roded la cintura de la bien amada de su alma, mientras el brazo de ésta reposabe sobre el hombro; y asidos de ese modo, los dos amantes empezaron á ascender la barranca, paso a paso, hablando con los labios y con los ojos, hasta que llegaron a la ais lada y desierta acasa sola.» XIV

APARICIÓN

Según las órdenes de Amalia, ninguna luz se veía en la casa. Las puertas de las habitaciones estaban corradas, á excepción de las que daban al río, porque por ese lado era seguro que no pasaba nadie de noche.

A su entrada en la pequeña sala, Luisa vino á recibirá su señora, y el viejo Pedro asomó ::