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El brillo de esa felicidad se ha anublado.

—Es porque la felicidad es un cristal que se empaña de repente con nuestro propio aliento.

—¿Desconfías, acaso, de nuestra suerte?

—St.

Por qué, mi Amalia, por qué?

—No sé qué quieres!... han empezado tan tristemente nuestros amores...

Y qué nos importa todo eso si vivimos el uno para el otro?

—Y cuál os el instante que hemos tenido de tranquilidad desde que se cambiaron nuestras iniradas?

—No importa; somos felices.

¡Felices! ¿No está pendiente la muerte so bre ti? joh! y sobre mí, porque yo vivo en ti?

—Pero pronto seremos felices para siempre.

—Quién sabe!

—¿Lo dudas?

—Si.

Por qué, mi Amalia?

—Aqui, aquí hay una voz que me habla no sé qué, pero que yo interpreto tristemente—dijo Amalia poniendo la mano sobre su corazón.

— Supersticiosa!—dijo Eduardo tomando aquella mano que había estado sobre el corazón de su amada y llenó de besos.

—No es singular—continuó la joven, no es singular que en el momento de hablar de una desgracia, en medio de esa aparente tranquilidad de la Naturaleza, un trueno haya retumbado en el espacio como una fatídica confirmación de mis palabras?

Y por qué hemos de complicar á la Naturaloza en nuestra mala fortuna?