Página:Amalia - Tomo III (1909).pdf/87

Esta página no ha sido corregida
— 83 —

como tu ojos, linda y graciosa como tú misma..la ves, mi Amalia?

—No... aquélla—contestó la joven extendiendo su brazo y señalando una pequeño y amortiguada estrella que parecia próxima á sumergirse en las ondes del poderoso Plata, tranquilo como toda la Naturaleza en ese instante.

En seguida, Amalia reclinó de nuevo su cabeza sobre el hombro de su amado como una blanca azucena que se dobla al soplo de la brisa y se reclina suavemente sobre el tallo de otra. Sus ojos luego quedaron fijos sobre el diáfano cendal del firmamento.

Eduardo la contemplaba embelesado. Y las olas continuaban desenvolviéndose y derramando su blanca espuma, como pliegues vaporosos de blanco tul que se agitan en derredor del talle de una hormosa, á los pies de esos amantes tan tiernos y tan combatidos de la fortuna; olas cuyo rumor se asemejaba al cerrar de un abanico cuando con mano perezosa lo abre y cierra una beldad coqueta.

+ ¿Por qué me separas tus ojos, luz de mi alme? le dijo Eduardo después de un momento de silencio.

—Oh, no... Yo te miro... yo te miro en todas partes, Eduardo—respondióle la joven mirándolo con una sonrisa encantadora.

—Pero tú has cambiado, alme, mía.

Yo?

—Sí, tú.

—Te engañas, Eduardo; yo no cambio jamás.

—Esta vez, si... hace un momento que radiabas de felicidad y de amor... y ahora...

Y ahora?