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www condujera á la muerte, cl golpe que cortase tu vida, harta volar mi espíritu en tu busca...

Eduardo estrechó contra su corazón á aquella generosa criatura; y en ese instante, cuando ella acababa su última palabra inspirada por el rapto de entusiasmo en que se hallaba, un trueno lejano, prolongado, ronco, vibró en el espacio como el eco de un cañonazo en un país montafioso.

La superstición es la compañera inseparable de los espiritus poéticos, y aquellos dos jóvenes, en ese momento embriagados de felicidad, se asieron de las manos y miráronse por algunos segundos con una expresión indefinible. Amalia al fin bajó su cabeza, como abrumada por alguna idea profética y terrible.

—No le dijo Eduardo sacudiéndose de su primera impresión. No... esto habria sucedido de todos modos... es efecto del calor extemporáneo que hemos tenido en este día de inviemo; nada más, Amalia.

Una sonrisa dulce y melancólica vagó por los labios de rosa de la joven, y un suspiro se escapó silencioso de su pecho.

Eduardo continuó:

—La tempestad está muy lejos, Amalia. Y entretanto, un cielo tan puro como tu alma sirve de velo sobre la frente de los dos. El Universo es nuestro templo, y es Dios el sacerdote santo que bendice el sentido amor de nuestras almas, desde esas nubes y desde esos astros; Dios mismo que los sostiene con el imán de su mirada, y entre ellos el nuestro... si... aquella... aquella debe ser la estrella de nuestra felicidad en la tierra... No la ves? clara como tu alma, brillante