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sobre el hombro de su amado, y sus ojos se clavaron sobre el cenit azul del firmamento.

M Eduardo, Eduardo!—exclamó la joven een sus ojos fijos en las estrellas.

—Vivo para ti, Amalia.

—Ti me has reconciado con la esperanza, Eduazilo.

—Yo no envidio á tu lado la existencia inefable de los serafines, Amalia.

—Yo he conocido á tu lado que la felicidad no era un delirio de mi vida.

—Vivir para ti, Amalia.

—Respirar siempre, siempre un perfume de felicidad como ésta que nos cmbriaga.

—Beber tu risa.

—Oh! soy feliz, sí, feliz.

—Oir siempre de tus labios una palabra de cariño... Amalia, la esplendidez del día, la melancólica hermosura de la noche, el Universo entero desaparece á mis ojos cuando tu imagen me preocupa; y, como tu imagen está fija y grabada xobre mi alma, sólo Dios y tú existís para mi corazón... tú me amas, ¿no es verdad? ¿tú aceptas en el mundo i destino, es verdad?

—Si.

—¿Cualquiera que sea?

—Si, si, cualquiera.

Angel de mi alma!

—Si eres feliz, yo beberé en tu sonrisa la ventura inefable de los ángeles.

— Amalia!

—Si eres desgraciado, yo compertiré tus pesares; y...

—Y? acaba.

Y si el destino adverso que te persigue to AMALIA 6. TOMO III