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el menor daño á las personas que cree estar viendo.

—Si—exclamó don Cándido,—estáis sonámbulo, y moriréis sonámbulo, de muerte horrible, desgarradora, cruenta, el día que penséis siquiera en Ins respetables personas á quienes teníais sentenciadas. La justicia de Dios está pendiente sobre vuestra cabeza.

— Gaete apenas entreoía. Un segundo sacudimiento convulsivo indicó á Daniel que un ataque apoplético estaba cercano de aquel miserable; y desabando entonces el nudo de la colcha que le oprimía el pecho, hizo una seña á don Cándido y uzu.bos salieron en puntas de pie: Gaete no los oyó salir.

Doña Marcelina y Gertruditas lo habían oido todo desde la puerta de la sala, y trémulas ostaban con la risa.

—Doña Marcelina—dijo Daniel en el zaguán,su talento de usted es suficiente para adivinar cómo debe continuarse esta escena.

—Sí, sí; el sueño de Orestes, ó el de Dido con Siqueo.

—Justamente. Eso es lo que ha tenido: un sue ño, y nada más.

—Gertruditas, esto es para usted—continuó Duniel poniendo un billete de 500 pesos en manos de la sobrina de la ilustreda tía, que lo tomó no sin oprimir ligeramente aquella mano de que ten é menudo recibían obsequios, sin que su hermoso dueño pidiese por ello ningún favor á los animados ojos de las cuatro sobrinas huérfanas y abandonadas en el mundo, como decía su respetable tia, en cuyas manos puso el joven otro bilete del mismo valor, saliendo en seguida a la calle de Cochabamba.