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71bre de la justicia divina, vamos á castigar al que ha cometido tamaño crimen.

Don Cándido repitió las últimas palabras de Daniel, con una entonación y énfasis á que él quería dar todos los visos de sobrenaturales.

Un sudor abundante y frío empezó á correr por las sienes del cura Gaete.

—Usted ha jurado asesinar á dos personas que se nos parecen; y antes de que usted corneta ese nuevo crimen, vamos á mandarlo á los infiernos.

¿Es verdad que usted ha formado intención de asesinar á esos dos individuos, juntándose con tres ó cuatro de sus amigos?

El cura no respondía.

—Responda usted.

Responda usted! dijeron Daniel y don Cándido, poniendo otra vez las bocas de sus pistolas sobre las sienes del cura.

—St; pero yo juro por Dios...

—Silencio! No nombre usted á Dios—dijo Daniel cortando la voz trémula y hueca del espantado cura, cuyo semblante empezó á cubrirse de un color rojo, salpicándosele la frente de manchas amoratadas.

Apóstata, renegado, impío, tu hora ha llegado; mi poderosa mano va a descargar el golpe!

—exclamó don Cándido que, habiendo sorprendido que ya no había peligro queria portarse como un héroe.

De dónde iba usted á sacar los compañeros con quienes pensaba cometer esa crimen ?—preguntó Daniel.

Gaete no contestó.

— Responded —gritó don Cándido con voz sonora.

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