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J 69 rió, y tomando la colcha ya torcida, miró á don Cándido y puso su dedo indico sobre los labios.

En seguida acercóse á la puerta del aposento, y el ronquido áspero, sonoro y prolongado con que salía el aire pulmonar por la entreabierta boca del cura Gaete, le convenció de que allí se podía entrar sin muchas precauciones de silencio, y entró, en efecto, con don Cándido pegado á su levita.

Entreabrió uno de los postigos que caban al patio, y á la débil claridad de la tarde distinguió al cure de la Piedad, tendido sobre un catre de Jona, boca arriba, en mangas de camisa, cubierto con una frazada lasta medio cuerpo, y durmiondo y roncando á pierna suelta.

Tomó una silla, colocóla, muy despacio á la cabecera, entre ol cabre y la pared, hizo señas á don Cándido de pasar á sentarse en ella, y luego que vió que su maestro había obedecido maquinalmante, como lo estaba haciendo todo, puso él otra silla en el lado opuesto. En seguida dió á don Cándido, por encima del dormido, una de las puntas de la colcha torcida, haciéndole seña de que la pasase por debajo del catre. Obedeció don Cándido, y en diez segundos Daniel dejó perfectísimamente bien atado al dignísimo sacerdote de la federación; atado por la mitad del pecho contra el catre, pero de tal modo, que las puntas del nudo venían á quedar del lado en que el joven iba & sentarse.

Hecha esta operación, se acercó á la ventana y dejó apenas la suficiente luz para que los ojos que iban a abrirse, distinguiesen los objetos; dió en seguida una de sus pistolas á don Cándido, que la tomó temblando; le dijo al oído que repitiese sus palubras cuando le hiciese señas, y se sentó.