Si usted se vuelve, Gaete estará con usted esta noche; si usted escapa de Gaete, mañana lo mandarán á usted á Santos Lugares. Si usted me sigue y no hace otra cosa que amplificar cuanto yo haga y cuanto diga, usted está salvado entonces.
¡Pero tú eres el diablo, Daniel!—dijo don Cándido, abriendo tamaños ojos y mirando & su discípulo.
—Puede ser. Vamos.
& Yo?
Vamos — repitió Daniel sacudiendo el brazo de don Cándido y clavando con sus brillantes ojos rayos tan fijos y firmes sobre las débiles pupilas de aquel su esclavo de voluntad, que, como á un golpe galvánico, aquella masa, inerte en su albedrfo, siguió al joven sin responder una palabra.
A pocos minutos de marcha, Daniel y su com pañero llegaron á la puerta de doña Marcelina en la calle de Cochabamba, como sabe el lector.
La puerta tenía abierta una de sus hojas, y en el pequeño patio no se vela á nadie; la calle estaba desierta..
El joven tomó la hoja de la puerta y la cerró, quedando él y don Cándido en la calle. Después de cerrada, tocó suavemente el picaporte.
Nadie salió.
Volvió á llamar un poco más fuerte, y entonces el ruido de un crujiente vestido de seda le hizo conocer que se acercaba la dueña de aquella solitaria mansiónla puerta entreabrióss, y doña Marcelina, toda desprendida y en desorden sus espesos y denegridos rizos, asomó su redonda y moreniza cara, c quien la expresión de la sorpresa puso su sello al