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más accndrado federalismo. Y se despedía de él, cuando llegaba el muy respetable secretario privado de Su Excelencia el Gobernador delegado.

—Daniel!—exclamó don Cándido tomando del brazo á su discípulo.

—Entremos, mi querido maestro.

—No, salgamos—le contesto, queriendo retenerlo en el zaguán.

Pero Daniel lo asió del brazo y muy amablemente lo introdujo en la salafedented —¡Daniel!

—Sabe usted, señor, que me asustan la entonación de su voz y el modo de mirarme?

Daniel! Estamos perdidos.

—No, todavía.

—Pero nos perdemos.

—Es posible.

Y no eres tú quien ha preparado esta suerte impía, calamitosa, adversa, que pesa y gravita sobre nosotros?

—Puede ser.

—¿Y sabes lo que hay?

—No.

— Pero no te lo dice la conciencia?

—No.

Daniel —Señor, yo estoy de buen humor esta tarde, pero parece que viene usted á quitármelo.

De buen humor, y pendiente está sobre tu cabeza, y sobre la mía, que es lo peor, la ensangrentada guadaña de la negra parca?

—Lo que me pone de mal humor, no es eso, porque ya lo sé, sino que usted no me dice lisa lanamente lo que hay; que va á emplear media hora de circunloquios, no es verdad?