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60 —¡Ingrato!

Daniel dió una docena de furiosos golpes con el llamador, á fin de que vinieran cuanto antes á sacarlo del trance en que se ballaba.

—¡Pero qué de veras no entra usted? ¿Desprecia usted la lectura de mis memorias?

—Otro día, señora.

—Bien, pero ese día será mañana.

—Haré lo posible.

—Mire, hay un pato que dejó Rivera para cenar; entre, vamos á comérselo.

—Señora, si yo no ceno nunca.

¡Entonces, mañana!

—Puede ser.

— Bien; voy á tener listos los capítulos más interesantes de mis memorias.

—Buenas noches, Merceditas.

—Hasta mañana contestó ella.

Y Daniel echóse, no á andar, sino á correr, luego que se cerró la puerta, y quedó en su casa la hermana de Su Excelencia el Restaurador de las Leyes, mujer todavía fresca, de hermoso busto y de un color alabastrino, pero de un carácter el más romántico posible, sirviéndonos de una expresión de aquella época, usada para definir todo lo que salía del orden natural de las cosas. Y mientras nuestro héroe sigue corriendo y riéndose como un muchacho, no podemos menos de pasar con el lector, á ciertos días anteriores á éste, para poder tomar y seguir el hilo de esta historia.