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Y, en fin, un millón de cartas, de cuando era soltera, que sería nunca acabar si las dijera.

Y hasta qué época ha llegado usted de sus memorias?

—Ayer he empezado á describir el día en que salí de cuidado por primera vez.

— Importante capítulo!

—Es una de las curiosidades de mi vida.

—Pero, señora, eso es muy común.

¡Qué! si fué una cosa asombrosa. Imagínese usted que salf de cuidado haciendo versos y sin conocer el trance en que estaba.

— Admirable constitución!

Así tuve mi primer hijo, y la mitad es en verso y la mitad en prosa.

Quién, el niño?

—No, la obra, pues: las memorias.

¡Ah!

—Sólo este tonto de Rivera no les quiere dar mérito.

—Será un hombre frío.

¡Como la nieve!

—Material.

Como una piedra !

—Sin espíritu.

—¡Por supuesto !

—Prosaico.

— Ni leer sabe los versos siquiera!

—Un hombre sin corazón.

¡Diga usted que es un tonto, y ha dicho todo!

—Pues bien, diré con el debido permiso de usted, que su marido es un tonto.

—Eso es. Pero mire usted, asimismo lo quiero. Todas las mañanas él mismo va al mercado y