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1 — Infeliz!.

—Usted, sin embargo, podría hacerle un gren servicio.

Yo? Hable usted, Bello.

—Una carta de usted que ella pudiera enseñarla á quien se presentase sin orden del señor Gobernador.

—6 Y habrá quién se hacerlo sin orden de tatita?

—Lo han hecho ya.

—Bien, escribiré mañana mismo.

—Yo me atrevería á pedir á usted, que al escribir esa carta, recordase que todos deben guardarse bien de tomar el nombre del general Rosas y de la federación para cometer injusticias é inferir insultos.

—Bien, bien, comprendo—dijo Manuela radiante de alegría, por encontrar una ocasión en que poder hacer sufrir el amor propio de aquéllos que la incomodaban & todas horas.

—Nuestra conversación, que yo sostengo con tanto placer—continuó Manuela, se prolonga demasiado para no despertar celos en toda esta gente á quien yo tengo que atender sin distinción de personas, según la voluntad de tatita.

Sus deseos de usted son órdenes que yo—respeto. Pero me promete usted no olvidar la carta?

—Sí; mañana mismo la tendrá usted.

—Bien. Gracias.

Manuela no se había equivocado: el diálogo con Daniel empezaba á despertar celos en aquella espe de perros hambrientos de alguna sobra del banquete federal á que asistían todas las noches, y cuya reine bacanal debía ser Manuela, la