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L 1 —Del que la persigue.

Pero quién puede perseguirla?

—Uno que se ha enamorado de ella, y á quien ella desprecia.

—81.

—No vendrá.

—Y...

—Perdón... y hacen valer la federación y el respetable nombre del Restaurador de las Leyes como instrumento de una venganza innoble é interesada.

¡Ah! ¿quién es? ¿quién es el que la persigue?

—Perdón, señorita, no puedo decirlo todavía.

—Pero yo quiero saberlo para decirlo á tatita.

—Alguna vez lo sabrá usted. Pero tenga usted entendido que es persona de gran influencia.

Tanto más criminal entonces, señor Bello.

—Lo sé.

—Una cosa.

—Hable usted, seflorita.

—Quiero que traiga usted á Amalia.

Aquí?

No vendrá á mi casa?

—Es algo excéntrica y se hallaría muy mal entre tan numerosa concurrencia, como la que rodea á usted, señorita.

—La recibiré sola... pero no, yo no tengo libertad para estar sola.

Además, ella teme un insulto desde que su casa ha sido registrada.

—¡Pero es inaudito!

—Además tan ella ha dejado su linda quinta de Barracas por algunos días; y á pesar del retiro en que vive, está inquicta, sobresaltada.