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Si alguien gozare la felicidad y el honor de un interés especial por usted, señorita, esta casa serta un rival peligroso.

→ Por qué, señor Bello?contestó Manuela con candidez.

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—Porque la numerosa concurrencia diaria que hay en ella, distraería mucho la imaginación de usted.

—No—contestó Manuela con prontitud.

—Perdón, señorita; yo tengo el atrevimiento de poner en duda esa negativa.

—Y, sin embargo, he dicho la verdad.

—¿Cierto?

Cierto: yo hago por no oir, y por no ver.

—Es una ingratitud, entonces—dijo Daniel sonriendo.

—No, es una retribución.

—¿De qué, señorita?

—Crec usted que mi silencio, ó mi displicencia les puedan disgustar?

—Y cómo no creerlo?

—Entonces, yo les retribuyo el disgusto que ellos me causan con estarme hablando siempre de una misma cosa, que, por otra parte, yo no quisiera oir nunca.

—Pero habla del señor Gobernador; de la causa que es común á todos; hablan por el entusiasmo que los anima.

—No, señor Bello, bablan por ellos mismos.

—¡Oh!

Lo duda usted?

—Me sorprende, á lo menos.

—¡Porque usted no ocupe ini triste lugar todos los días!

—Bien puede ser por eso.