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— Y ellas, pues, que sabían la jactancia de las unitarias por los hermosos y elegantes jóvenes que había en su partido, miraban con cierto orgullo á aquél que en el de ellas podía rivalizar en todo con el más bien apuesto unitario.

En ei acto la señora del médico Rivera hizo un lugar en el sofá en que estaba, pero tan estrecho, que Daniel habría tenido que sentarse sobre alguna parte del turgonte muslo de la abundante hermaña de Su Excelencia. Crimen político que estuvo muy lejos de querer cometer, y prefirió una silla al otro extremo del sofá, junto á Manuela.

Mercedes zo retrocedió, sin embargo. Se levantó, tomó una silla, se sentó al lado de Daniel, y su primer saludo fué darle un fuerte pellizco en un brazo, diciéndole al oído:

—Se ha hecho el que no ha visto, ¿no?

—He visto que está usted muy buena mnoza, señora—le contestó Daniel creyendo darle lo que buscaba. Pero quería más, —Desde ahora le digo una cosa.

—Flable usted, señora.

—Que quiero que me acompaño cuando nos vayamos. Porque hoy desco hacer rabiar á Rivera yendo con un buen mozo; porque es celoso como un turco; no me deja ni respirar. Yo le he de contar todo esto, ahora cuando nos vayamos.

—Tendré mucho honor, señora.

—Bueno. Habiemcs fuerte ahora para que no se fijen.

Manuela reclinaba su brazo en uno de los dos del sod, y Danie: había elegido la silla que se juntaba con el ángulo en que estaba la joven, & inclinándose un poco, podía conversar con ella sin ser ofdo de los demás. Así lo hizo y le dijo: