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De manera que se van á batir, y el diablo sabe quién ganará.

—General, estamos de acuerdo.

—Ya lo sé.

—He querido saber sus opiniones de usted & ese respecto.

—Ya lo sé también.

—No me admira esa perspicacia, General; usted ha vivido mucho en la revolución.

—Me he criado en ella.

—Pero nunca habría habido en ella un cataclismo peor que el que sufriríamos los federales, si triunfase Lavalle.

Mariño.

—Sería asunto concluido.

—Para todos.

—Especialmente para usted y para mí, señor —¿Especialmente?

—Sí.

Y por qué, General?

Con franqueza? Porque & mi me aborrecen no sé por qué, y á usted por mazorquero.

Oh!

IV

—Yo sé que no deben quererme.

—Y yo sé que no soy mazorquero, en el sentido de esa palabra.

—Bien puede ser; pero como no hemos de tener un tribunal que nos juzgue, tendremos que hacernos matar ó emigrar.

¡Y la emigración debe ser una cosa terrible, general Soler1—exclamé Mariño moviendo la cabeza.

—Esa es la palabra: yo la he sufrido varias veces, y sé que es terrible.