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J la amistad del jefe federal. Con ella transmitía su pensamiento á sus más abyectos servidores. Con ella, en fiu, sabía la palabra y hasta el gesto de cuantos se acercaban á comprar con una oficiosidad viciosa ó criminal algún destino, algún favor, algún título de consideración federal.

Su hija, además, era el ángel custodio de su vida; velaba hasta el movimiento de los párpados de los que se acercabar á su padre; vigilaba la casa, las puertas y hasta los alimentos.

Nos acercamos á esta mujer desgraciada en los momentos en que su salón está cuajado de gentes, y ella es allí le cmperatriz de aquella extraña corte.

Pero nuestra mirada no puede divisar bien las fisonomías; es necesario acorcarse á ellas, porque una densa nube de humo de tabaco eclipsa la luz de las bujías.

Los principales miembros de la Sociedad Popular hacen su visita de costumbre en ese momento.

Y fuman, juran, blasfeman y ensucian la alfombra con el lodo de sus botas ó con el agua que destilan sus empapados ponchos.

Allí está, viva y palpitante, la democracia de la federación. Gaetan, Moreira, Merlo, Cuitiño, Salomón, Parra, fuman y conversan mano á mano con los diputados García Baláustegui, Garrigós, Lahitte, Medrano, etc.; con los generales Mansilla, Rolón, Soler, etc., también. Larrazábal, Mafiño, Irigoyen, González Peña, conversan en otro grupo, mientras sus esposas, federalizadas hasta la exaltación, rodean á Manuela con doña María Josefa Ezcurra, la comadre de Merlo, la ahijada de éste, la sobrina de aquél; parientas, en fin, de todo género y de toda rama de aquellos corpulen-