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nutos yo habré roto todas las lámparas, pasaré por en medio de esta canalla, y te alcanzaré.

—Si—le contestó Daniel, es el único medio; ya lo sabía, pero no quería dejarte solo; ni lo quiero aún. Voy á ver de salvarla y vuelvo en dos minutos; pero no pases la barricada.

Y Daniel pasó como un relámpago á la sala, y a tiempo que tiraba una de las lámparas y uno de los candelabros de los dos que había encendidos, un tremendo golpe dado en la puerta de la sala hizo saltar el pestillo y abrirse las hojas de par en par, entrándose en tropel una banda de aquellos demonios, de que se rodeó um Gobierno nacido del infierno y me dito para siempre jamás en la historia de las generaciones argentinas.

Un grito horrible, como si en él se arrancasen las fibras del corazón, salió del pecho de la po bre Amalia, y desprendiéndose de las manos casi heladas de Pedro, y de los débiles brazos de su tierna Luisa, corrió á escudar con su cuerpo el ouerpo de Eduardo, mientras Daniel tomó el sable de Pedro, ya expirante, y corrió también el gabinete.

Pero, junto con él, los asesinos entraron, y, cuando Eduardo oprimis contra su corazón á su Amalia, para hacerle con su cuerpo una última muralla, todos estaban ya confundidos, Daniel recibía una cuchillada on su brazo derecho; y una pufalada por la espalda atravesaba el pecho de Eduardo, á quien un esfuerzo sobrenatural debía mantener en pie por algunos segundos, porque ya estaba herido mortalmente. Y en ese momento, en que era sostenido apenas en un ángulo del gabinete por los brazos de su Amalia, mientras que su diestra se leventaba todávía por los impulsos 2