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15 Amalia por la cintura, la llevó, la dejó sobre un sofá de la sala, y tomó la espada que le acababa de tirar Pedro. Y á éste, que venía de echar á la puerta de la sala el débil pasador que la cerraba, y quería hacer un esfuerzo para seguir á Eduardo al gabinete, le faltaron las fuerzas á los dos pasos, las piernas se le doblaron, y cayó, temblando de furor, delante del sofá en que quedó la joven.

Allí se abrazó de sus piea, bañando con su sangre generosa á aquella criatura, ú quien todavía quería salvar, oprimiéndola para que no se moviese.

Entretanto, el rayo no cae más rápido ni mortifero que el sable de Eduardo sobre la cabeza del bandido más cercano a la mesa y á las sillas caídas, entre los diez ó doce qua, á la voz de sus joles, asaltaban aquel débil obstáculo.

Y al mismo tiempo, Daniel alcanzaba el hombro de otro y le dislocaba el brazo de un golpe soco de su cassetėle.

— Tómale el sable 1—le gritó Eduardo; mientras que Pedro, haciendo esfuerzos por levantarse, sin poderlo conseguir, porque estaba mortalmente herido en el pecho y la cabeza, sólo tenía fuerzas para oprimir los pies de Amalia, y voz para estar repitiendo á Luisa, abrazada también de su señora, :

Las luces, apaguen las luces, por Dios!

Pero Luisa no lo oía, si lo ofa, no quería obedecerlo, porque temblaba de quedarse á obscuras, si posible era sentir más terror que el que la dominaba.

Mas, los dos golpes certeros de Eduardo y de Daniel no sirvieron sino para atracr sobre ellos mayor número de asesinos, pues á la voz de uno de sus jefes vinieron los que estaban robando y