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sobre la capital. En el Norte no se habían reunido á su ejército sino algunos grupos insignificantes de vecinos, pero las milicias y las fuerzas de línea permanecían fieles al tirano.

Sü Los dos cuerpos de ejército so despidieron dando vivas á la libertad de la patria; de esa patria tan cara para sus buenos hijos, y cuyos campos debían regar bien pronto con su noble sangre.

Los escuadrones marchaban, y todavía los soldados se despedían con sus lanzas y con sus espadas.

El escuadrón Mayo, que pertenecía al segundo cuerpo, entonó entonces el himno nacional, canto de victoria de nuestras viejas legiones, cuyas palabras se escapaban con la vida del que caís, al bote de las pujantes lanzas españolas. Y, hasta que allá en el horizonte, cubierto con los obscuros velos de la noche, se perdieron las sombras del general Lavalle y de sus valientes, los soldados del segundo cuerpo permanecieron á caballo.

Después, los legionarios de la libertad encenidieron sus fogones para calentar su cuerpo entumecido por el frío de aquel riguroso invierno, mientras que el calor de su alma, entusiasmada, lo bebían en la fe, en la esperanza y en los recuerdos santos de la patria.

La noche descorrió su manto de estrellas sobre aquel romancesco campamento, donde no palpitaba un corazón que no fuera puro y digno de la mirada protectora de la Providencia. Y sólo esas estrellas podrían revelarnos los suspiros de amor que se elevaban hasta ellas, exhalados por los tiernos pechos de aquellos soldados arrancados por la libertad á las caricias maternales y á las sonrisas de la mujer amada, en la edad en que la vida del