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lozanes de la Naturaleza. Su ouello no tenía más adorno que un hilo de porlas que se perdía entre los encajes del seno mal velado, y suspendía un medalión con el retrato de su madre. Sus cabsllos rodeaban, en una doble trenze, la parte posterior de su cabeza; y de allí, hasta cerca de las sienes, ac abrían en rizos que besaban los hombros; y unas bandas de encajes de Inglaterra calun hacia la espalde, sostenidas por la rosa blanca que ella misma había elegido can mañana. Un cha!

del mismo encaje, cuyas bandas caían como una tenue neblina sobre sus hombros, rebelde á su objeto, descubriendo el seno y la ospaldu, que quería ocultar. Y la única alhaja que, á ruegos de Luisa, se había decidido á ponerse, era, en su brazo derecho, un brazalete de perlas con un broche de zafiros.

No era tal o cual cosa, era el todo; era ella misma la que absorbía la mirada, la que abstraía el alma y la fascinaba.

Sus ojos, sin rivales en el mundo, estaban mús animados que de costumbre; y sus labios, como la flor del granado, tenían el brillo del rubí, mientras que el tonue colorido de las rosas de octubre había desterrado le palidez habitual de su sernblante. Era todo esto el efscio natural de esa & fiebre insensible que se agita la sangre en las situaciones definitivas de la vida humana; ó era solamente la animación que obran en la mujer la luz y los espejos de un tocador, el resplandor de su belleza misma, y las imágenes caprichosas de la mente? ¡quién sabe! La psicología del corazón de una mujer toda arcanos, donde lu mirada de la razón se pierde!... Un reloj dió las ocho de la noche y desde el primer martillazo se habrian