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de luz, que la adivinación del sentimiento más que el arte, sabe imitar para esconder el amor, cuando es esperado por los que arden en su celeste llana; y la alcoba de Amalia lo esperaba como el crepúsculo en el mar tranquilo, como la luna entre el bosque, como el corazón en el misterioso seno de la mujer.

Pero, como un contraste de la melancólica claridad del aposento, la belleza de Amalia, entre el torrente de luz de su tocador, resplandecía como la Vespertina entre el millón de estrellas de la noche.

Radiante de hermosura, de juventud y de salud, tipo perfecto del gusto y de la elegancia, acababa sus últimos adornos, de pie en medio de sus magníficos espejos.

Había algo en aquella mujer, que remontaba la imaginación en el ala misteriosa de las edados, y la transportaba á las criaturas de Israel.

Y aquí un perfil de María, la hermana de Moisés ; allí el ojo y la mirada de la timida Ruth; allá el talle y las formas de la gentil Rehab; el cuello y la piel transparente de Abigail; las cejas como el arco del amor, y los cabellos como el manto de la noche, que daban sombra. al rostro y á la espalda de Bethsabé; la gentileza y el lujo de la Reina de Sabá; y la noble frente de la esposa de Abraham. Y en medio de este conjunto de boliczas, transparente en el rostro la lágrima del alma, como Sara, la bellísima esposa de Tobias.

Luisa la contemplaba como enajenada.

Vestía un traje de gro color lila claro, con dos anchos y blanquísimos encajes, recogidos por ramos de pequeñas rosas blancas, con tal arte trabajadas que rivalizaban con las más frescas y