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—Venga el abrazo, y vayase usted en mi coche, ilustre primo de Cuitiño.

—No me insultes, Daniel.

—Bueno, hasta mañana; no, hasta pacado mañana. El coche está en la puerta.

—Adiós, Daniel.

Y el pobre don Cándido volvió á abrazar á su discípulo, que media hora después trataba de dormir, mientras don Cándido se paseaba, con la cabeza erguida, en el territorio de los Estados Unidos, como él decía, en tanto que Eduardo leía las cartas de su amigo.

XVII

EL RELOJ DEL ALMA

El lector tendrá á bien recordar ahora aquel lindisimo die, 5 de octubre, en que dejamos á Amalia arrodillads, conversando con Dios, después de haberla visto entre sus riquísimos trajes, tratando de elegir el que debía ponerse esa noche, en que iba á dar su mano al bien amado do su corazón. Y es en la noche de ese día cuando volvemos á Barracas, después de tener conociiniento de los sucesos descriptos en los capítulos anteriores.

AMALIA 21. TOMO III