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No, o acaso quieres envolverme en tu negra traición?

— Adiós mi plato! ¿ha perdido usted el juicio, mi respetable primo de Cuitino?

—Primo del gran demonio deberá ser esc faci11 neroso.

— Poro usted se lo ha dicho !

—¡Qué sé yo lo que digo; si yo creo que estoy loco, en este laberinto en que me encuentro, rodeado del crimen, de la traición y de la falsia!

¿Quién eres, dí? Define tu posición. ¿Cómo hablas en mi presencia de atacar la casa donde voy á asilarme, donde está ese joven á quien llamas tu amigo, donde...

Por amor de Dios, señor don Cándidol j quo todo tenga que explicárselo á usted!

—¿Pero qué explicación cabe en lo que yo mismo he oído?

—Esto—dijo Daniel abriendo el último billeto 30€ que no había lacrado, y dándoselo á don Cándido, cuya cara y cuyos ojos asustaban realmente.

—¡Ah!—exclamó después de leerlo dos veces.

—Esto, señor don Cándido es trabajar sobre el trabajo ajeno, es envolver á los hombres en sus propias redes, es hacerles perderse dentro sus propios planes, es hacerse servir de sus propios encmigos, es, en fin, la ciencia toda de Richelicu, aplicada á pequeñísimas cosas, porque no hay Rochelas ni Inglaterras entre nosotros, que si las hubiera, también se las aplicaria. Ahora, vaya usted y repose tranquilo en el territorio nortoamericano.

—Vén á mis brazos, joven admirable, que me has hecho pasar el más cruel momento de mi vida.