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Adiós, pues..

Y Cuitino salió con Daniel, quien, al despedirlo en la sala metió la mano al bolsillo, y le dijo:

—Comandante, esto es para usted, son cinco mil pesos que me ha mandado mi padre, con orden de repartirlos entre los federales pobres, y yo le pido á usted que los acepte por mí.

—Vengan, don Daniel. Y cuándo viene el sefor don Antonio?

—Lo espero de un momento á otro.

—Mándeme avisar en cuanto llegue.

—Así lo haré, comandante; vaya con Dios y sirva á la causa.

Y Daniel volvió á su escritorio, tomó papel y sc puso é escribir, sin reparar en don Cándido que lo miraba de hito en hito, con unos ojos en que el enojo hacía cierta mescolanza con la estupefacción, y trazó éstas línoas:

  • Eduardo, sé positivamente que todo lo que co»rre sobre asalto á la casa de Sinde, no son sino »palabras, pues no hay orden ninguna á este res»pecto. Pero es necesario que el cónsul haga avi»sar á los que han solicitado asilo, que por ningún »motivo vayan á pie, porque la casa va a estar vigi.

»lada; pero que pueden ir en coche sin inconveniente alguno; siendo mucho mejor que vayan »en el mismo coche del señor Slade.

»Adiós.» —Ahora, mi querido maestro, en vez de una carba son dos.

Y Daniel alzó su mano para darle el billete.

Pero aquél le contestó: