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Porque son de él, y todo lo del oónsul está bajo la protección del Restaurador.

Ah!

2 —De manera que tocar al coche, es como tocar al cónsul.

—Yo no sabía.

—Ve? si siempre es bueno conversar. ¡ Vca el disgusto que tendría el Restaurador, si hiciéramos una barbaridad que le comprometicse en nuestras guerras!

—Ahora mismo voy á avisárselo á los compañeros.

—Sí, no pierda tiempo; estas cosas son muy delicadas.

—Por supuesto.

—Asi es que, nada sin orden.

—Dios nos libre, señor dan Daniel.

—Y en cuanto haya la orden, haremos por esperar á que se junten más.

—Eso es.

Entonces, quedamos entendidos, comandante.

—Bueno, don Daniel. Y yo me voy, no sea que vayan á atajar algún coche.

—Sí, véalos á todos.

—Conque, Cándido, si en algo puedo servirte, ya sabes que soy tu primo.

—Gracias, mi querido y estimado primo—contestó don Cándido, más muerto que vivo, levantándose y tomando la mano que le estiraba Cuitiño.

— Dónde vives?

—Hombre, yo vivo... yo vivo aquí.

—Bueno, te he de venir á ver.

—Gracias, gracias.