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siasmo de los federales. Y hace poco, el señor—y Daniel señalaba á don Cándido, quien, poco á poco, iba volviendo en sí al saber que Cuitiño había venido por llamamiento de Daniel,—me observaba una cosa en que ya ha de haber usted cuido, comandante, — Qué cosa, don Daniel?

—Que vea si la Gaceta dice una palabra de usted, ni de los federales que expoen su vida á todas horas, por sostener la causa.

—Conque ni ponen los partes, siquiera!

—¿A quién los dirige, comandante?

—Ahora los dirijo á la policíe, desde que el Restaurador está en el campamente. Demasiado que me fijo, señor don. Daniel, y este hombre tiene mucha razón.

—Oh, señor comandante !—dijo don Cándido, y quién no ha de extrañar el silencio que se guarda con un hombre de los antecedentos de usted?

—Y. que no son de ahora.

— Por supuesto que no son de ahora—repuso don Cándido.—Desde antes de nacer ya cra usted acreedor al aprecio del público, porque el señor Cuitiño, padre de usted, pertenece & uno de los tronços más antiguos de nuestras respetablos familias. Uno de los ilustres tíos de usted, mi benemérito señor comandante, fué casado, según lo he oído á mis mayores, con una de las primas de mi señora madre; por lo cual, siempre he tenido por usted simpatías de pariente, á la vez que nos ligan los estrechos y federales lazos de nuestra causa común.

Entonces, usted es mi pariente?—le preguntó Cuitiñoan