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Deténte, espera, mi querido y estimado Daniel; dejemos á los muertos en paz.

—No, es la suma lo que quiero ver.

—La suma está aquí, Daniel: sou cincuenta y ocho, en veinbidós días.

— —Eso es; cincuenta y ocho en veintidós días.

Y Daniel dobló estos papeles como los anteriores, y les puso su sello.

—Mira que se te quedan las marchas del ejército en Santa Fe.

—Hago esto de ellas, mi querido maestro ;Daniel acercó el papel á la vela y lo quemó, y en seguida guardó todos los papeles en un secreto del escritorio.

Luego, tomé la pluma y escribió:

«Mi querido Eduardo: He estado ayer con Ama»lia desde la oración hasta las once de la noche; »y está enferma. La sorpresa de nuestra visita >anteanoche, y la ansiedad con que quedó al re»tirarnos, le han hecho mal. Y cuando yo mismo »he reflexionado sobre mi condescendencia conti»go, te confieso que me he criticado á mí mismo.

»La Mazorca continúa, ensangrentándose. La zcárcel, los cuarteles, y el campamento son tea.

>tros de muerte que se agrandan por momentos; »y tengo motivos para creer que todo esto no son »sino preparativos de los crímenes en escala ma»yor que se preparan para octubre.

»Todos hablan de esa casa, y se susurra que la »atacarán. No creo, pero es necesario ponerse en >todos los casos. Esta novedad ha llegado hasta sofdos de Amalia. Quería, absolutamente, que tu>viese lugar el matrimonio el primero de octubre, ya que tienes la resolución de no dejar el país >hasta conquistar esa felicidad que tanto anhe.