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—¡Qué demonio de franqueza tiene este hombre—dijo don Cándido mirando á Eduardo.

—Vamos, amigo mío—dijo Daniel.

—Vamos, Daniel.

Mister Slade, se levantó con pereza, se despidió en inglés de Daniel, y dándole un abrazo á Idon Cándido, le dijo:

—Si no nos vemos más, espero que nos conoceremos en la otra vida.

Sí? pues no me voy, señor cónsul—y don Cándido hizo un movimiento para volverse á sentar.

—Son bromas, mi querido maestro—repuso Eduardo.

—Vamos, vamos que es tarde.

—Si, pero son bromas que...

—Vamos. Hasta mañana, Eduardo.

Y los dos jóvenes se dijeron elocuentes discursos en el largo y estrecho abrazo que se dieron.

—Para ella—fué la última palabra de Eduardo al oprimir á su amigo y separarse de él.

El mismo criado que los había introducido, los condujo hasta la puerta de la calle; y al abrirla le preguntó don Cándido:

Y siempre está cerrada esta puerta de calle?

—Si—le contestó el criado.

Y no sería mejor tenerla abierta?

—No.

¡Qué demonio de laconismo! Conózcame usted bien, amigo, me conocerá usted para otra VAZ ?

—SI .

—Vamos, señor don Cándido—dijo Daniel subiendo al coche.