to, de una fisonomía abierta y llana y de un tipo más bien ordinario que distinguido.
1 —Sí, señor, los tres contestó Daniel.
—Bueno. Yo quiero mucho á los argentinos é hizo señas á su criado de servirles coñac.
—Lo creo bien, señor, y vengo á dar & usted una ocasión de manifestarnos sus simpatías.
—Ya lo sé.
—¿Sabe usted á lo que venía, señor Slade?
—Si. Ustedes vieuen & refugiarse en la legación de los Estados Unidos, ¿no es eso?
Daniel se encontró perplejo ante aquella extraña franqueza; pero comprendió que debía marchar en el mismo camino que se le abría, y contestó muy tranquilamente, después de tomarse medio vaso de agua con coñac:
—Sí, á eso venimos.
—Bueno. Ya ostán ustedes aquí.
—Pero el señor Slade no sabe aún nuestros nombres—repuso Eduardo.
—¿Qué me importan vuestros nombres? Aquí está la bandera de los Estados Unidos y aquí se protege a todos los hombres, como quiera que se llamen—contestó el cónsul, volviéndose á acostar muy familiarmente en el sofá, sin incomodarse cuando Daniel se levantó y tomando y apretando fuertemente su mano, le dijo:
—Es usted el tipo más perfecto de la nación más libre y más democrática del siglo xix.
—Y más fuerte—agregó Slade.
—Sí, la más fuerte continuó Eduardo,porque no puede dejar de serlo con ciudadanos como los que tiene;—y el joven tuvo que irse al balcón que daba al río, para no hacer notable á los demás la expresión de su sensibilidad y su do.