Página:Amalia - Tomo III (1909).pdf/301

Esta página no ha sido corregida
— 297 —

perar el carruaje en Santo Domingo, bajé, entré, me persigné, y caminé por el lóbrego y solitario claustro; me pare, batí las manos, y un lego que encendía un farol vino á mi encuentro. Le interrogué por la salud de todos, y pregunté por el reverendo padre que me habíais indicado. Me intredujo en su celda, y luego de los saludos y cumiplimientos de costumbre, no pude menos de felicitarlo por aquella vida tranquila, feliz y santa de paz; porque habéis de saber vosotros, que desde mis primeros años tuve afición, tendencia, vocación al claustro; y cuando hoy me imagino que podía estar tranquilo bajo las bóvedas sagrades de un convento, libre de las agitaciones políticas, y con la puerta cerrada desde la oreción, no puedo perdonarme mi descuido, mi negligencia, mi abandono. En fin...

—Sí, el fin; siempre el fin es lo mejor, mi querido maestro.

—Decía, pues, que en el acto establecí ruis primeres proposiciones, —En lo cual ye hizo usted mal.

—Pues no iba á eso?

—Sí, pero nunca se comienza por lo que se quiere obtener.

—Déjale que hable—repuso Eduardo arrellanándose en un ángulo del coche, como si se trataso de dormir.

—Prosiga usted—dijo Daniel.

—Prosigo. Le dije clara y terminantemente la posición de un sobrino mío, que siendo un excelente federal, era perseguido por ermulaciones individuales, por envidia, por celos de algunos malos servidores de la causa, que no respetaban co-