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Qué cosa, señor Bello?

Que estando en Buenos Aires la Inglaterra, y habiendo tantos que caminarían mil leguas por alejarse del país en estos momentos, no hayan caminado algumas cuadras y llegadose á esta casa.

—Ah, sí, pero...

—Perdone usted; no quiero saber nada. Si hay algunos desgraciados cubiertos por la bandera inglesa en esta casa, es un deber y una humanidad de parte de usted, señor Mandeville, y yo no cometería la indiscreción de querer saberlo.

—No hay nadie: doy á usted mi palabra de honor, de que no hay nadie refugiado en mi casa. Mi posición es excepcional. Mis instrucciones son terminantes para observar la más completa circunspección. Con la mejor voluntad, yo no podría faltar á mis instrucciones.

Entonces, ésta no es más que una casa como otra cualquiera ?—le preguntó Eduardo con un tono de impertinencia que Daniel tuvo que barajar volando.

—Todos comprendemos su posición de usted, Beñor Mandeville. En estos momentos de efervescencia popular, nuestro mismo Gobierno no podría hacer efectivas las inmunidades de esta casa; y usted quiere evitar los conflictos diplomáticos que necesariamente tendrían lugar, si el pueblo ol vidase los respetos de la Legación.

—Exactamente—contestó Mandeville con un contentamiento sinecro, al oir que su nismo interlocutor lo salvaba del embarazo en que lo puso Ja brusca interrogación de Eduardo —exactamente, y me he visto en la necesidad, en la dura necesidad, de negar el asilo de mi casa á varios que lo han solicitado, porque ni puedo responderles