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este negocio, cofieso á usted que no veo cómo la Inglaterra podría estorbar el arreglo, en la hipótosis, puremente caprichosa, de que tuviero interés en ello.

— Aquí, no, pero en Francia podía estorbar la ratificación del tratado, puesto que llevará un vicio de nulidad que folizmente no lo echarán de ver en Francia, y que lo echaría á perder todo si el gabinete inglés lo hiciese conocer á la oposición francesa, y la trabajase en ese sentido. De ese temor precisamente venía yo hablando con Bello dijo Eduardo, mientras que el señor Mandeville volvia sus inteligentes ojos de uno á otro de aquellos jóvenes, cuyo pensamiento verdadero quería penetrar y se le escapaba á cada momente.

Y en qué estaría ese vicio?—preguntó Mandeville con ingenuidad.

—Nada menos que en la firma del señor Gobernador—contestó Daniel.

—¿Cómo?

Que los unitarios que están en Montevideo han preparado una demostración al señor Mackau, que hasta cierto punto no deja de ser un fuerte argumento.

Y es, señor Bello?

—Que la firma del señor Gobernador es faisa, mi querido señor Mandeville. Figúrese usted que ellos raciocinan de este modo: que aun cuando el señor Mackau traiga instrucciones para tratar á todo trance, no hay autoridad con quien tratar en la República Argentina; porque el general Rosas no tiene poder, ni representación alguna pare ajustar tratados á nombre de la nación argentina.

—Pero, es un poder de hecho—replicó el sefor Mandeville, —y el plenipotenciario no tiene AMALIA 19.—TOMO I