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Legocios. En Londres, misia Manuelita hacía furor.

Ap Y su padre? — preguntó Eduardo, sobre quien cayó como un palmetazo una mirada de Daniel.

Su padre... el señor general Rosas... veas usted, en Londres...

—En Londres no gozaría de salud el señor Gobernador—dijo Daniel para salvar al Ministro del aprieto en que lo acababa de poner su amigo.

—¡Oh, el clima de Londres es detestable! ¡Ha estado usted en Europa, señor Belgrano?

—No, señor, pero pienso viajar algunos años por ella.

Y pronto?

—No tan pronto como se nos ha venido el genor de Mackan—repuso Daniel queriendo darle ya otro giro á aquella insubstancial conversación.

— Cómo ha llegado ya el vicealmirante Mackau?

¿ —No lo sabía usted, señor Mandevills?

—A fe mfa.

—Pues ha llegado.

¿Aquí?

No, á Montevideo, anteayer á la una.

Y lo sabe ya Su Excelencia?

Y cómo cree usted que sabiéndolo yo no lo sepa el señor Gobernador?

Ah! cierto, cierto. Pero es extraño que el comodoro no me haya comuricado nada.

—A la oración quedaba a la vista un bergantin inglés.

—¡Ahl —El viento ha sido malo, señor Mandeville-