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Luisa sorprendida de lo que veía por primera vez.

—¡Están tristes! contestó Amalia dando vuelta su cabeza hacia Luisa y empañado el cristal purísimo de sus ojos con una lágrima levantada por la imaginación de la fuente misteriosa de la sensibilidad de aquella, alma tan tierna y combatida por la suerte, por ella misma ;—jestán tristes—prosiguió, y repentinamente, más triste que el acento con que acababa de pronunciar sus últimas palabras, se acercó á la ventana que daba al patio, descorrió las cortinas y alzó sus ojos al firmamento azul, siguiendo por largo rato una nube blanquecino que, como una pluma de las alas del céfiro, se deslizaba graciosa entre la luz del espacio.

—No puede darse un día más bello l—exclamó Amalia. Todo está tranquilo, menos mi alma. ¿Qué hora es?

—Las tres de la tarde acaban de dar, señore.

Faltan cinco horas!... Arregla todo eso, Luisa.

Y al pronunciar estas palabras, Amalia dejó caer las cortinas, sacudió au cabeza como era su costumbre cuando quería desechar ciertas ideas, y pasó de su tocador é su aposento, cerrando la puerta en pos de sí.

Con el movimiento de su cabeza, su cabello destrenzado y apenas sujeto por una pequeña peineta, resbaló, y sus hebras se extendieron como un espléndido manto sobre su espalda. La alcoba estaba apenas alumbrada por la escasa luz que venía de la antesala, pues las ventanas al patio estaban cerradas. Y así, hajo esa. débil claridad, y entre el ambiente perfumado que se respiraba en aquellas solitarias habitaciones, Amalia se acer-