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2 habían vuelto é su primera colocación después que dejó la «casa sola» y se volvió á Barracas, —¡Sí! has notado, Luisa?; los pájaros no han cantado hoy!—exclamó Amalia volviendo súbita mente los ojos á las jaulas, y como fijándose en una circunstancia que no había recordado.

— Válgame Dios, para qué le dirla á usted tal cosa !

—Sí, bien... hablemos del traje... hoy no quiero creer otra cosa sino que soy feliz... te parece bien, Luisa?

—Espléndido, señora; pero no como el de encajcs.

Ves? éste es el y tiene usted razón. Después del de encajes no hay otro como éste—y Luisa se iba, hasta el fin del tocador para ver de lejos é Amalia que se mirabe, ora en el grande espejo, ora entre los dos de sus roperos, no ocultando en su rostro la satisfacción que sentía al haber hallado el traje que buscaba, y con el cual se presentará al lector algunas horas más tarde.

—Este, sin duds. Despréndelo, Luisa, pero con cuidado.

—Está ya, señora.

—Ahora otra cosa, Luisa—prosiguió Amalia volviendo á ponerse su batón de merino.

—Ahora veremos las alhajas, ¿no, señora?

—No, Luisa; alhajas no.

Pero un collar, siquiera?

—No, en ese acto no se ponen alhajas, Luisa.

—Pues, señore: si yo me caso algune vaz, y tengo tan lin cosas como usted...

—No te las pondrás. Anda á la sala y tráeme todas las rosas.